Hace unos días, leí
un comentario anónimo en una publicación de un blog local, que me dejó
sorprendido, y temo que no en el sentido afable. Y no es una respuesta que se
pueda considerar fortuita, ya que al leer otras interpretaciones similares, intuyo que
personifica -al menos- el sentir de un porcentaje significativo de la población
arequipeña.
Parafraseo lo que el
personaje escribió: “(…) de un momento a
otro, mi ciudad que era limpia y hermosa, se empezó a llenar de toda esta
inmigración de otros lados y para ser sincero, exactamente de Puno y nos está afectando socialmente”. Y
prosigue: “Al contrario, cada vez es más
común verlos tomando en las calles, botando basura en la calle, haciendo sus
mercados (sic), donde antes habían nuestros campos, bailando sus danzas, en nuestro aniversario de Arequipa, que siempre
estuvo lleno de marineras y danzas típicas de otras provincias de AREQUIPA!!. No
tengo nada en contra de ellas, pero el aniversario de Arequipa es de Arequipa,
no de Puno!!!!” (…)”.
Peor aún, con una muestra
de resentimiento, terminó agregando: “En
tal caso, si Puno nos va a imponer sus costumbres, mejor que el día de Arequipa
sea el 2 de febrero” (haciendo una clara referencia a la festividad de la
Candelaria, fiesta tan popular en suelo puneño y reconocida internacionalmente).
Exageración innecesaria.
Discúlpenme, porque
a pesar de que respeto tal opinión, es menester aclarar mi profundo
distanciamiento con este tipo de pensamiento; pues estimados lectores, lo que
evidencia esta típica expresión chovinista – arequipeña, no es precisamente la
exaltación del orgullo por la ciudad, ni tampoco es una alegoría al pundonor y rebeldía
histórica que caracteriza a los habitantes de este territorio, mucho menos
robustece la enérgica identidad characata, sino que entre líneas, lo que logra es
arder aún más la ya dolorosa llaga que aqueja a nuestra sociedad desde hace décadas:
La exclusión entre peruanos, y, si me permiten ser más específicos, la
destrucción de una identidad que, supuestamente, como peruanos debemos construir.
Y es que tanto la
exclusión como el racismo, afloran, entre otros factores, gracias a la
altanería. O a la soberbia. Porque como bien señala el escritor cuzqueño Rómulo
Acurio en su más reciente publicación literaria, la superación del racismo solo
requiere que exijamos de una vez por todas nuestra condición
de ciudadanos con iguales derechos, y que como unidad social, debemos fomentar
la integración y la libertad tanto política, como de culto, de expresión y
elección; siendo lo cultural, y en este caso, la enajenación parcial de un
pasacalle, sea algo secundario. En pocas palabras: No nos enfrasquemos en una
ideología obtusa, seamos más tolerantes.
Al comentarista anónimo,
y a quienes comparten ese pensamiento, les puedo asegurar lo siguiente: Su
identificación con Arequipa no se va a ver reducida ni mermada porque según
ellos las danzas de Puno, Cuzco o Moquegua se han “apoderado” del tradicional
pasacalle que se realiza anualmente en nuestras calles. A contrario sensu, su identidad se verá reducida si estorbamos la
convivencia entre los que habitamos en esta ciudad, seamos mestizos,
campesinos, gringos, cholos, serranos, blanquitos, etc., y se verá más afectada
si no ofrecemos un puente para la inclusión de grupos sociales enteros, a
quienes excluimos –reconozcámoslo- por su origen, por su apellido, su lugar de
residencia o su forma de vestir.
No pensemos,
entonces, que la presunta decadencia de la cultura y la identidad arequipeña
sea culpa de la migración. Si creemos que nuestra ciudad ha perdido la valiosa
tradición de antaño, ha sido porque, en primer lugar hasta ahora no hemos
reconocido nuestra propia realidad racista, y segundo, porque estamos
fracasando en el intento de brindar el desarrollo social de una ciudad agobiada
por el desesperante tráfico, la terrible contaminación, el crecimiento
desordenado, la escasa planificación de proyectos, los altos índices de
inseguridad… y tantos problemas que, estoy convencido, no son culpa de los
puneños residentes en esta región.
Finalmente, y a
pocos días de celebrar el 472º Aniversario de la ciudad, hago hincapié de la
visión que espero de nuestra acogedora tierra: Una ciudad que busque la
homogeneidad y la coincidencia de diversas costumbres, que nos permita
construir los puentes necesarios para establecer un bloque sólido que nos
posibilite afrontar de mejor manera los retos de desarrollo, crecimiento
sostenido e inclusión, situación en la que lamentablemente, estamos lejos de
conseguir.